Muy buen vuelo. Nos sirvieron muchísima comida y bebida. Pudimos descansar unas horas y vimos un par de películas.
Pasamos el control rutinario de seguridad en el que te hacen sentir como el peor de los terroristas, recogemos la maleta, pasamos otro control, y nos dirigimos hacia la salida, donde nos esperaba un transporte privado que nos llevaría hasta la que sería nuestra casa los próximos 8 días, el Ravel Hotel, situado en el barrio de Queens, a las afueras de Manhattan. Hicimos el check-in y acto seguido nos informaron de que, al haber habitaciones superiores libres nos otorgaban un upgrade. Nuestra habitación era enorme, con dos camas queen-size y unas vistas increíbles al puente de Queens. Deshicimos las maletas, nos dimos una ducha y nos dispusimos a recorrer la ciudad.
El hotel ponía a disposición de los huéspedes un minibus que nos trasladaba a la parada de metro más próxima, por lo que era muy cómodo. Cogimos el metro y nos dirigimos a la que sería nuestra primera parada (aunque repetiríamos en muchas ocasiones): Times Square. La sensación que nos embargó es difícilmente explicable a alguien que no haya estado. Nos sentíamos tan pequeños entre esa mole de edificios y de carteles luminosos, pero tan afortunados por poder visitar un lugar con tanta magia, que estábamos algo desconcertados. Paseando por la zona recogimos nuestras NY Pass, que habíamos adquirido previamente a través de Internet, y dedicamos la tarde a deambular por las calles, sin rumbo fijo y con la boca abierta.